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El impulso a los biocombustibles, desde hace 30 años en Clarín Rural, reconocido por uno de los principales referentes de este desarrollo sectorial.
Las lluvias no fueron muy generosas, pero al menos acotan las pérdidas y abren la esperanza. La Niña estaría terminando y quizá arrimemos el bochín.
En las últimas entregas de este newsletter, pusimos foco en la cuestión de la sequía. Con el tema quemando, había que poner en agenda la alternativa del riego en la pampa ex húmeda. Bueno, se abrió un lindo debate. Es como que se abrió una Caja de Pandora y muchos salieron al ruego con viejas y nuevas ponencias. Era la idea. Misión cumplida.
En el fragor del debate se me quedó en el tintero un asunto importante en lo personal. No le pude agradecer a Manuel Ron, factótum de Bio 4, su generoso y público reconocimiento sobre su decisión de encarar el proyecto de una planta de etanol. En la edición del 23 de diciembre pasado, fue el “chico de tapa” de Forbes, la renombrada revista de negocios, que lo consagró como “Mejor alumno”.
Allí, Manuel dijo que fue una nota de Clarín Rural, hace quince años, la que lo motivó para encarar el proyecto. La nota se titulaba “Ponga un choclo en su tanque”. Escrita por el periodista Héctor Huergo –dice la autora del artículo de Forbes, Delfina Krûsemann– hablaba de la industria del bioetanol y de su enorme potencial para sustituir a los combustibles derivados del petróleo, con dos consecuencias ventajosas:
- dejar de depender del precio del barril de petróleo.
- descarbonizar la movilidad (cada litro de nafta que se sustituye con bioetanol, un alcohol a base de materia vegetal como caña de azúcar o maíz, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en un 75%).
Por entonces, Ron, ingeniero agrónomo de 35 años, llevaba una década vendiendo insumos agropecuarios en Río Cuarto”.
Todavía con el diario en la mano –continúa la nota de Forbes– Ron sintió estar en el lugar justo en el momento indicado: Córdoba era la principal productora de maíz de la Argentina, y la ley nacional de biocombustibles estaba por ser sancionada. “Solo me quedaba la tesis para terminar mi MBA y decidí hacerla sobre el bioetanol. Ahí me di cuenta de que era ideal para desarrollar en nuestro país y en Córdoba en particular. Así empieza la historia de Bio4”, resume.
Bueno, te cuento algo más sobre esta historia. Abrazamos el tema de los biocombustibles a principios de los ’90, con una nota que llevaba el mismo título con el que insistiríamos diez años más tarde. Aquel primer “Ponga un choclo en su tanque” fue nota de tapa de Clarín Rural con una maravillosa ilustración de Horacio Cardo, cuyo lápiz convirtió a una planta de maíz en un surtidor que llenaba el tanque de nafta, parafraseando el “ponga un tigre en su tanque” de la exitosa campaña publicitaria de la Esso.
Poco después, insistimos con el “ponga un poroto en su tanque”. Se veía el biodiesel en el horizonte. Unos años después, me presentan a Claudio Molina. Me cuenta que había trabajado muchos años en una aceitera y que acababa de dejarla, para dedicarse a la consultoría. Y me invitó a que lo acompañara porque estaba convencido de que los biocombustibles eran una gran oportunidad. Acepté, como part time (mi pasión, y mi misión, era el periodismo agropecuario), y acordamos una agenda de trabajo.
Desde “Solution Partners”, Claudio fogoneó el marco legal de los biocombustibles en la Argentina. Redactó el cuerpo central de lo que sería la Ley 26.093, que impuso el corte obligatorio. Y creó la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno, desde la que cumplió un rol clave en la promoción y difusión de esta alternativa renovable, que desató una catarata de inversiones. Desde las plantas de transesterificación de las grandes aceiteras, hasta las plantas medianas y las pequeñas extrusoras que hoy jalonan todo el país. Y fue también la base, como planteó Manuel Ron en la entrevista de Forbes, para que se juntaran las voluntades de varios productores y encararan la planta de Rio Cuarto. Al mismo tiempo, surgían las plantas de ACABio en Villa María, de ProMaíz en Alejandro Roca y Diaser de la familia Szuchet en San Luis.
No hay nada más vivificante, en la vida de un periodista, que ver cómo las ideas pasan del estado gaseoso a la realidad concreta. Para eso hace falta gente con voluntad de hacer. Manuel Ron y Claudio Molina forman parte de ese selecto grupo de argentinos apasionados por bajar a tierra lo que está en el éter, sumando voluntades, convenciendo políticos o inversores. Capacitándose en especialidades complejas, dejando el estado de confort y dando rienda a sus pasiones. Aquí va este reconocimiento y pequeño homenaje. Merecen mucho más, mientras se sigue escribiendo la historia de la bioenergía en la Argentina.
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