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Un recorrido histórico sobre episodios en los cuales la sequía impactó sobre las reservas del Banco Central y derivó en crisis económicas (y por ende, sociales).
Las lluvias siguen siendo mezquinas, y encima llegó una ola de frío cuando menos se necesitaba. ¿En qué contexto nos agarra?
El experimento soja salió bien. El dólar de 200 pesos, vigente durante el mes de setiembre, superó las expectativas del gobierno: el objetivo anunciado hace 30 días por el ministro de Economía Sergio Massa era lograr una liquidación de 5.000 millones de dólares. Bueno, CIARA informó que se habían superado los 8 mil millones.
Pueden decirse muchas cosas, todas ellas razonables. Que esos dólares iban a aparecer, más temprano que tarde. Y que este adelanto del ingreso de divisas es simplemente eso: un adelanto. Lo que entró ahora va a faltar después. Pero lo concreto es que una vez más el campo y la agroindustria sacaron las papas del fuego. No fue Massa, no fue magia. Fue la soja.
Recuerdo varios episodios, en mi experiencia como comunicador del agro, que vale la pena poner sobre el tapete. Porque siempre las crisis económicas (y por ende sociales) en la Argentina estuvieron ligadas a la situación de reservas del Banco Central. La primera que viví fue la de 1975. Isabel Perón había heredado la presidencia. A la catastrófica situación política, se sumaba la agudización de la crisis económica. El dólar se disparaba sin remedio y llegó el tiro de gracia: una feroz sequía, en diciembre de ese año, arruinó la cosecha gruesa, aventando las posibilidades de algún ingreso de divisas. Por supuesto, no existía ni la más remota posibilidad de inversión externa ni apoyo de los organismos internacionales. No fue el detonante del golpe militar de marzo del 76, pero el fracaso de la cosecha puso su granito de arena.
En diciembre de 1988, el gobierno de Raúl Alfonsín, que ya había perdía terreno con el avance de Carlos Menem, buscaba la forma de llegar al cambio de mano con las cuentas más o menos en orden. Pero otra vez la sequía de verano. Veníamos con cosechas de 40 millones de toneladas en los años previos, pero en diciembre se calcinaron nuevamente el maíz, el sorgo, la soja y el girasol. Se perdieron 10 millones de toneladas. Reservas en rojo. Un empujoncito y Alfonsín tuvo que adelantar varios meses la entrega del bastón y la banda presidencial.
En el 2018, Mauricio Macri iba por la mitad de su mandato, con números bastante aceptables a pesar de la herencia recibida en 2015, otra vez con las arcas en rojo. Pero esa campaña falló el agua y se perdieron 30 millones de toneladas, por un valor promedio de 10 mil millones de dólares. Fue el detonante que lo llevó a acudir al FMI para tapar el agujero y algo más.
Pero hubo otros episodios que revelan la misma incidencia del agro en el sector externo. Tras la caída de la dictadura, con la debacle de Malvinas, los muchachos del campo se descolgaron con un cosechón de trigo. 18 millones de toneladas. Un regalito para el arranque del gobierno de Alfonsín. Después, por retenciones y cambios múltiples, el campo fue perdiendo viento, pero no se debe olvidar aquel arranque esperanzador, con una nueva generación de productores buscando acortar la brecha tecnológica con el Primer Mundo. Desde mediados de los 90 el campo fue el sostén del sector externo, con la performance de la soja. La crisis económica y política de la salida de la convertibilidad también encontró un punto de apoyo en la cosecha del 2002. A los seis meses de aquel dramático verano, el campo mostraba otra vez el rumbo de la salida.
Bueno, ahora pasa lo mismo. Lo de setiembre es una muestra más. Pero conviene tener en cuenta que lo que logró el gobierno fue, como dijimos, un adelanto. Y que se requiere consolidar un flujo. No es la foto lo que permite la salida. Es la película. Y no hay un libreto listo ni un director dispuesto, más allá de la habilidad para la gambeta corta de la conducción económica. Así, será difícil. Y más aún si, como viene la mano, falta el agua.
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