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Los cultivos de invierno se perdieron, también el maíz temprano. La soja que se pudo implantar está en muy malas condiciones y hay un 30% del área sin sembrar. Crítica situación económica y social.
Por el arroyo del Medio, el curso que divide las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, no corre una gota de agua; lo mismo ocurre en el arroyo Pavón que transcurre casi paralelo, unos kilómetros al norte y todos los brazos que se bifurcan a partir de ellos. Desde hace tres años en el sudeste santafesino, allí en el taco de la bota, y en el noreste bonaerense, la sequía golpea fuerte, pero en 2022 y lo que va de 2023, parece haberse ensañado con la región. Por la prolongada escasez de lluvias y las elevadísimas temperaturas que se repiten sin tregua desde hace semanas, esa zona productiva atraviesa una situación crítica.
En el área de influencia de ambos arroyos, la mayor parte de los productores agropecuarios son pequeños y medianos, cuentan con algunas hectáreas propias y trabajan, fundamentalmente, en campos alquilados. Según cuenta el ingeniero agrónomo Eduardo Vita, quien dirige la agencia Pago de los Arroyos de INTA en la localidad santafesina de Máximo Paz, la campaña de invierno fue muy mala en la región y la de verano sigue el mismo camino. “Los cultivos de invierno no se pudieron lograr: por la sequía y también por algunas heladas, el trigo tuvo rendimientos bajísimos, hubo muchos lotes que no se cosecharon, se dieron por perdidos; parte de la superficie de arveja no se pudo llegar a sembrar y lo que se sembró, se perdió; y la lenteja tuvo rendimientos cercanos a cero”, repasó Vita.
La esperanza estaba puesta en la siembra de la gruesa pero todo fue de mal en peor. Para tener una idea, en Peyrano, un pueblo ubicado entre Rosario y Pergamino, durante 2022 cayeron 450 milímetros de lluvia cuando el régimen normal es de 900 milímetros anuales, En lo que va de la campaña de verano hubo lluvias de entre 50 y 60 milímetros, dependiendo de las zonas, porque fueron bastante erráticas. La última, a fin de año, dejó 25 milímetros en J. B. Molina, 14 en Peyrano y apenas 3 o 4 en Arroyo Seco, a la vera del Paraná, todo en una misma línea recta de 40 kilómetros.
“Por falta de agua no pudimos implantar los cultivos en la fecha que correspondía, tanto el maíz temprano como la soja y el sorgo, tampoco buena parte del maíz tardío que se estaba planificando sembrar a mediados de diciembre”, detalló el ingeniero. La soja que se implantó en fechas tardías, aunque no eran cultivos de segunda, no están bien en buenas condiciones, los cultivos está ralos y hay muchos lotes con importantes ataques de arañuelas, “casi se han perdido”, lamentó Vita.
Hoy, se estima que un 30% de la superficie todavía no se sembró y se corre el riesgo de que los lotes queden improductivos si no llueve. De todas maneras, si llegaran a caer algunos milímetros providenciales, “aunque se siembre soja, uno ya sabe que está apostando a un cultivo que va a tener muy bajo rinde a cosecha por el retraso; además es una lotería sembrar una soja el 20 de enero porque no sabés cómo va a responder un genotipo que no es para esa fecha”, señaló.
A la sequía que azota por tercer año consecutivo a la región y se agudizó en 2022, se sumaron esta primavera-verano las altas temperaturas que no aflojan y agravan la situación ya que “no hay cultivo que aguante este estrés hídrico y térmico”, dijo el técnico de INTA. Además, sopla mucho viento, algo que no es habitual en la zona. “Es impresionante la cantidad de torbellinos que se generan en el campo por la gran sequía que hay y la alta temperatura del suelo”, contó.
Allí, la actividad ganadera también está seriamente afectada porque no hay reservas para alimentar al rodeo, ya que no se pudieron hacer, y tampoco pasto. “La situación es muy crítica para la ganadería, los estados corporales de los animales son malos a muy malos, los productores se han tenido que desprender de hacienda por falta de alimento, pero achicarte en el rodeo tiene un costo social importante, es grave”, lamentó.
El costo social
“Acá el productor no es el farmer americano, la mayoría son pequeños y medianos productores que alquilan campo, y tienen que hacer frente, además de los costos de producción, a alquileres de 16 quintales de soja, y encima a veces tuvieron que pagar alquileres a dólar soja que fue una medida que les pegó fuerte”, señaló Vita. A su vez, “el costo de maquinarias es altísimo, también el de combustible y ni que hablar de los costos de riego de la zona de Arroyo Seco que es hortícola”, agregó. Es que ahí, fue necesario regar los cultivos de papa que se terminaron en diciembre con 1.000 litros día por medio durante 60 días para que sobrevivan y “ese costo no se recupera después cuando se vende el producto ya que los rendimientos no son buenos y los precios de las hortalizas son bastante inestables”, explicó.
Después de tres campañas de gruesa con sequía en la región, la situación para los productores es muy compleja, “se está aguantando pero no sé hasta qué punto se podrá sostener”, dijo el ingeniero.
“La problemática que tenemos en estos pueblos es: cuántos productores se pueden bancar un año más sin cosecha y cuántos productores que son contratistas se la van a bancar y no salen del negocio, porque si salen, le dejamos la puerta abierta a la decadencia de los pueblos”, expresó Darío Baiocco, presidente comunal de Máximo Paz, un distrito de 33.000 hectáreas donde el 70% de la superficie es agrícola ganadera y un 30% ganadera buena.
“Si un productor de 100 a 150 hectáreas que alquila 300 o 400 sale del negocio, le dejamos todo a las grandes empresas para que se metan en nuestro mercado y ahí la economía de los pueblos cambia: el consumo que nos dejaba ese sector, tanto de alimentos, insumos o combustible, por ejemplo, desaparece, y también la fuente laboral de muchos trabajadores”, argumentó Baiocco. “A mi me preocupa mucho. No hay que sacarle el apoyo a los productores”, sostuvo.
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